Judith del Valle Martínez: “Estudiar musicoterapia me cambió mi vínculo con la música”
Esencialmente se siente musicoterapeuta, aunque también es cantante y profesora. Profundamente generosa, espiritual y agradecida con todo lo bueno que le pasa en la vida. Su área de especialización es la social y la clínica en neurosis . Le conmueve los encuentros de los chicos y chicas con la música y los sonidos. No se siente una teórica, su deseo es el de integrar. Desde su valiosa sencillez la verás los próximos años tejiendo con su voz un puente con su pasado y conectándose con lo más genuino que hay en ella.¿Con qué música te identificas?
Con el canto con caja, con la baguala, la tonada, la vidala. En realidad lo que siento es que soy elegida por esa música… Es así de pasional, de irracional, de profundo. Tuve una experiencia hace tres años en un taller de improvisación y en el momento que yo canté me salió un “lalaleo” muy característico de la zona de Catamarca, mi tierra. Muy atinada la profesora, Fabiana Galante, me dice: “lo estás conduciendo, quédate en un solo sonido, y que sea el sonido que te conduzca, y si tu melodía es un solo sonido, que sea solo eso…” Así que empecé a entrar en un sonido y canté algo como un lamento. Además, tuve la percepción, si lo pudiera pintar lo pintaba, como si muchas manos me sostuvieran, me asusté, dejé de cantar…
¿En ese momento sentiste que eras elegida por esa música?
En realidad la sensación de sentirme elegida con esa música es previa a esa experiencia, cuando en un taller de canto por 1996 conocí el género por un compañero, y empecé a cantar coplas. Pero el momento que antes comentaba fue tan intenso y emocionante que más tarde me fui a Catamarca a averiguar qué había cantado. Di con un descendiente de quechuas, y lo más parecido a lo que yo canté me dijo que era un “joy joy”, que deriva de los antiguos lamentos incaicos. La verdad, había escuchado a copleros pero esto tan específico, no. Conocí a Lola Rodríguez, coplera de Antofagasta de la Sierra y me comentó que eso ya nadie lo canta, un canto que no tiene letra, un “lalaleo”. Así que siento que va más allá de una transmisión directa, que en realidad es algo que traigo… Y eso lo reflejo en la música que hago en mi dúo de folklore. De hecho, cuando canto, siento que mi voz teje un puente con el pasado…
¿En qué etapa te encuentras de la vida?
Me siento en una etapa en la que me pregunto ¿qué es lo esencial? He sido y sigo siendo una buscadora en el afuera; pero ahora siento que se trata de ir hacia “adentro”. Que lo que tengo que asumir es que soy simple y sencilla. Y que es con poco, no con tanto exceso. En el andar he trabajado mucho para poder desplegar las alas, para no tener que pedir permiso, porque tiendo a frenar, a andar con cuidado, y veo ahora que no necesito tanto. En realidad no se trata de arribar a un lugar de reconocimiento, ni de formular la novedad, ni de emerger o figurar, no es por ahí. Quiero lograr conectarme con lo más genuino y me tengo que asumir en mi sencillez; y esa sencillez y simpleza son valiosas en sí mismas.
¿De alguna manera te influyó en la vida estudiar musicoterapia?
Sí, y mucho. Paralelo a la secundaria, hice el conservatorio de música en la especialidad de piano. Me enteré que existía la musicoterapia por un encuentro de músicos en Jujuy. Tuve el apoyo de la familia para tomar la gran decisión de venir a vivir a Buenos Aires porque el contraste es muy grande. Fue una apertura del universo muy amplia, con todos los avatares de la vida. Fue hermoso y la carrera me cambió a mí, y sobre todo, mi vínculo con la música. Hay otro modo de acercarse a ella, de vivirla, muy distinto al propuesto por los conservatorios. Ese fue un gran hallazgo en aquel momento.
¿En qué área te especializaste?
En el área social. Al salir de la universidad trabajé 10 años con niños y niñas en situación de calle, y el año pasado lo retomé. Es tan conmovedor lo que le sucede a los chicos con la música, que es ahí donde siento que tengo que estar. Y me emociona lo que me pasa a mí siendo testigo de esos momentos de encuentro de los chicos consigo mismos y con la música. Son chicos que han sido violentados, desprovistos de todo, desalojados, sin lazos, sin vínculos. Actualmente trabajo también en la clínica de neurosis con jóvenes y adultos. Siento también que cada encuentro sensible con la música y cada insight de un paciente, es una bendición de la vida.
¿Podrías compartir algún momento especial?
Hace años armé proyecto de musicoterapia para chicos en situación de calle y toqué timbre en un centro de día. Y se dio. Hay cosas en la vida que me han sucedido así… No existía el espacio de taller, y lo pibes acudían porque yo me sentaba por donde ellos circulaban. Se instalaron así encuentros con sonidos y música. Los chicos pasaban y en ese ir y venir grababa hechos como una canción, una pequeña improvisación, para que hubiera un registro. Un día grabé a un chico cantando. Pasaron dos meses y vuelvo a encontrarme con él.
-Che, ¿cómo estás?
– “Vos a mí no me conocés, yo no te conozco” – No se acordaba de mí
– Si, ¡te tengo grabado!
Nos sentamos juntos a escuchar su producción y al término, él con los ojos llorosos, me miró, se paró y me abrazó. Fue un momento precioso, después empezó a contarme su situación de vida. Era un chico que iba de institución en institución sin permanecer en ninguna; a veces, suele suceder esto, circulan buscando recursos pero no se construye vínculo cuando los adultos no están atentos a que eso acontezca, y en este momento encontró a alguien que hizo un lazo con él… Le nombró con nombre propio, la grabación y el registro de su producción fue como alojarlo en su valor y singularidad. Uno de los impactos de la música es esa posibilidad que se crea con el vínculo y no es sin la música. La propuesta con la música, convoca en sí misma e invita a la grupalidad. Se sintieron mirados, escuchados, reconocidos como por ejemplo con el gesto de decirles: te traje la canción que me pediste. Se trata de ir armando oportunidades para que algo se establezca.
¿Qué es lo que más valoras de la profesión?
Desde la pasión me pasa que los momentos de apertura de un paciente, de hallazgos, son momentos de belleza, y la gratitud a la vida que me despierta ese momento es impagable. Me doy cuenta que me llena más acompañar a otros subirse al escenario de su propia vida que subirme yo a cantar a un escenario, algo que también hago. Con el área clínica fui más respetuosa, y desde hace tres años empecé con pacientes en neurosis. Tengo una mirada psicoanalítica, pero también humanista existencial, y actualmente estoy acercándome a la psicología transpersonal y finalizando la formación en el método de Imagen Guiada con Música de Helen Bonny. Esta formación me trajo una nueva manera de acercarme y comprender la música y el sonido que me resulta fascinante.
¿Cómo vives el dar clases en el ámbito universitario?
Como un lugar de mucho aprendizaje. Es el desafío permanente de pensar tu praxis, de fundamentarla y encontrar un modo de transmitirla. Me da mucha felicidad, y además la materia que dicto “Grupo de Improvisación en Musicoterapia”, es de los últimos años, y vamos pidiendo a los alumnos y alumnas que vayan asumiéndose en el rol de musicoterapeutas, momento clave para ellos, para que vean de qué se trata la dirección de la cura y cómo es la lógica en las intervenciones.
¿Qué te gustaría aportar en los próximos años a la musicoterapia?
Por un lado, siento que leo modelos de musicoterapia en el mundo, y leo construcciones teóricas de nuestros colegas argentinos, y encuentro que hay más puntos en común que diferencias. Y pienso, a veces, que se denominan de distintas maneras cuestiones similares. En algún momento fantaseo con un trabajo de integración entre las distintas miradas. Me encantaría pasar transversalmente un hilo entre los sesenta, cuando nace la musicoterapia en el mundo, con las distintas perspectivas que hay en Argentina. No me siento una teórica, tengo más el deseo de hacer un trabajo de integración que de formular algo nuevo.
Por otro lado, la apertura de la mirada sobre la música. Me acuerdo cuando escuché por primera vez el concepto de la música como coterapeuta, como una tercera entidad en la sesión además del paciente y del musicoterapeuta, me parecía una idea loca pero a lo largo de la experiencia fui descubriendo que eso sucede. También se puede abrir el enfoque de la música como un camino de acceso a lo espiritual, la posibilidad de promover experiencias de trascendencia, de otra comprensión acerca de lo humano, más integral, cuestión que en el ámbito académico pareciera algo vedado. De alguna manera estoy en esa búsqueda de encuentro con lo esencial y con el deseo de integrar.
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